domingo, 10 de mayo de 2015

MUSEO DE LA RECOLETA DE SAN DIEGO



 Dirección:

Calicuchima 117 y Farfán. 

Horario:

 Lunes a domingo de 9:30 a 13:00.

Días festivos de 9:30 a 13:00.

Servicios:

Visitas guiadas, folletos, postales, comedor.

Teléfono:

 295 25 16


La exigencia en la preparación espiritual de los clérigos obligaba que sus recintos, a los que se llamó recoletas, fueran construidos en "edenes" lo más alejados del mundanal ruido. Así, el Convento de San Diego, ubicado actualmente hacia el sur de Quito, se inscribe en esta línea. En 1598 la congregación franciscana obtuvo del Cabildo la autorización para levantar la obra, bajo la dirección del fray Bartolomé Rubio.  

Hacia 1603 se había concluido la iglesia, y el convento estaba en fase avanzada. En 1626 los patios internos del claustro habían sido concluidos. Y los anales del Cabildo señalan que por 1650 San Diego ya oficiaba como una casa de retiro para "veinte religiosos de penitente vida". Todavía faltaban pequeños detalles, por lo que en 1689 fue nombrado "Obrero Mayor" de la construcción al legendario fray Manuel de Almeida, quien ocupó la guardianía de la recoleta sandiegina de 1701 a 1704. De ser cierta la leyenda que dé él se cuenta correspondería a esta época. El lugar incluso toma más fuerza mítica por la presencia de otro héroe del imaginario quiteño: Cantuña. Si bien él pinta como constructor del atrio de San Francisco, sus manos nunca estuvieron allí, sino en San Diego, donde hizo algunos trabajitos de cerrajería por los que cobró siete pesos. Hacia la mitad del XVIII, el Convento fue concluido totalmente con acabado impecable, según cuenta el viajero inglés William Stevenson: "Casi oculto en medio de los árboles y de las rocas este retrete es de los románticos. Se ha puesto especial cuidado en que este edificio aparezca como una ermita aislada. Es tal vez en todo el Nuevo Mundo la morada que más conviene al retiro religioso...". Desde el punto de vista  artístico, san diego ha conservado el atractivo de una recolección, cuya riqueza espiritual se oculta en la apariencia austera de sus muros.

El artesonado de lacería mudéjar, que adorna el cielo raso del presbiterio, la mano y dirección del gran arquitecto y escultor  fray Francisco Benítez, son las patentes en este primor decorativo heredado de los árabes.  

El púlpito, que data de 1738, es una expresión notable del barroquismo del siglo XVIII, que estalló si dinamismo en los pámpanos de la vid que se adhieren a las volutas de las columnas salomónicas. Representa un cáliz con su pedestal de fuste labrado y las paredes de la copa convertidas en pasamano, dividido a trechos por columnas entorchadas, que encuadran a nichos de remate semicircular con una pequeña imagen al medio. Interpuesto un retablo con una bajo relieve de san Diego, se sobrepone el tornavoz como tapa de copón que remata con una imagen de san Buenaventura en ademán de predicar.

Este Museo posee una gran riqueza de obras pertenecientes a la escuela quiteña del siglo XVIII. Sus paredes guardan preciosos lienzos con alegorías a la pasión de Cristo, a la asunción de María y a la vida de castidad y pobreza de santos como Francisco de Asís y Diego de Alcalá, patrono del convento; la imagen de la Virgen de Chiquinquirá; y el crucifijo por sobre el cual el bohemio padre Almeida salía a sus jaranas nocturnas.

En el recorrido  la iglesia se pueden apreciar lienzos alegóricos a San Francisco de Asís, con firma de Andrés Sánchez Gallque, el cuadro de Cristo agonizante, de autor anónimo, que se dice inspiró la "Piedad" de Caspicara; y la imagen de la Pasión del Señor, cuya autoría se confiere a Francisco Albán. En visita a este recorrido de este museo es un encuentro con al arte quiteño muy histórico.

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